
Los científicos más pequeños: La experiencia de Marianela Carrapizo con la Alforja Educativa en la educación inicial
Un encuentro transformador con la Alforja Educativa
Marianela Carrapizo conoció la Alforja Educativa en el año 2016 durante un congreso de salud socio ambiental en Rosario, Argentina. La presentación del material captó de inmediato su interés. Aunque inicialmente estaba pensado para niños mayores, Marianela decidió adaptarlo a su contexto como docente de nivel inicial.
En 2018, presentó un proyecto a ReAct Latinoamérica basado en su experiencia en el Jardín Municipal “Semillita” con niños de 5 años. El desafío era grande: hablar de microorganismos con los más pequeños. Lo que al principio fue visto con escepticismo por colegas y directivos al ser demasiado abstracto para niños pequeños. Sin embargo, los resultados no tardaron en llegar, y con ellos, el apoyo de su comunidad educativa Con la llegada de la pandemia en 2020, su trabajo cobró aún más sentido: hablar de bacterias, virus y salud desde los primeros años era no solo posible, sino urgente.

La mirada integral: el valor pedagógico de la Alforja
Uno de los aspectos más destacados por Marianela fue el enfoque integral que propone la Alforja, en el que se articulan elementos del aire, suelo, agua y cuerpo para abordar la salud desde una perspectiva global. Esto permitió que el mundo “microbial”, como lo llamaban los niños, fuera explorado en toda su complejidad y belleza.
Para lograrlo, Marianela combinó diversas estrategias: desde títeres y historias de la Alforja, hasta juegos de rol como “el laboratorio imaginario” con plastilinas y tubos de ensayo. Antes de mostrar bacterias reales, los niños las modelaban desde su imaginación. Cuando finalmente las veían al microscopio, se sorprendían al comprobar lo parecidas que eran a lo que habían creado. Todo iniciaba desde lo lúdico para luego transitar al método científico, fomentando la formulación de hipótesis, la observación y la verificación.
Los niños y niñas tomaban muestras con hisopos y las cultivaban en cajas de Petri, observaban al microscopio bacterias del yogurt y aprendían a diferenciar entre cocos y bacilos mediante asociaciones visuales con objetos cotidianos como una pelota y un baston. “Lo invisible se volvía fascinante”, relata Marianela.


Del aula al hogar: Niños que enseñan
Una de las revelaciones más impactantes del proyecto fue el efecto que tuvo fuera del jardín. Las familias comenzaron a notar cambios en los comportamientos cotidianos de sus hijos. Los niños les pedían a sus padres que no les dieran medicamentos sin receta, hablaban de la importancia de visitar al médico y explicaban cómo se propagaban las bacterias. Algunos incluso replicaban lo aprendido en casa, se lavaban las manos con conciencia, evitaban la automedicación y explicaban lo que era un antibiótico.
“Eso eran nuestros estándares de evaluación”, dice Marianela con emoción, “Que los chicos les dijeran a sus papás: no me des eso, primero vamos al médico, nos confirmaba que el mensaje había llegado. Se habían apropiado del conocimiento y lo estaban transmitiendo”.
En lugar de evaluar con pruebas o trabajos escritos, Marianela propuso algo distinto: que los niños compartieran lo aprendido con otros. Prepararon exposiciones para compañeros de otras salas, contaron sus descubrimientos, y llegaron incluso a participar en un foro provincial sobre cambio climático. Marianela, lejos de tomar el micrófono como docente, se lo cedió a sus alumnos. “Ellos eran los verdaderos protagonistas. Los que más sabían, los que podían contar lo que realmente habíamos vivido”, afirma Marianela.
Recomendaciones para otros educadores
Desde su experiencia, Marianela alienta a otros docentes a atreverse con estos temas, aunque parezcan complejos. Recomienda abordarlos desde la creatividad, la interdisciplinariedad y, sobre todo, escuchando la voz de los niños. Destaca que la educación en salud debe partir del juego, de la exploración del entorno y de la participación activa del niño.
Además, su experiencia no terminó allí: proyectos posteriores incluyeron el uso del yogurt como alimento prebiótico y el estudio de microorganismos en una compostera, incluso accediendo a un laboratorio profesional gracias al trabajo articulado con una fundación. En todos los casos, los niños replicaron en sus casas lo aprendido, actuando como verdaderos edu-comunicadores.

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Una experiencia que sigue creciendo
El trabajo de Marianela no se detuvo, continuó con nuevas propuestas, como el estudio del yogurt como alimento prebiótico o el análisis de microorganismos en la compostera del jardín. Este proyecto fue especialmente enriquecedor gracias a la colaboración de la Prof. Carla Avellaneda y, en particular, de la Lic. Karina Nieuwenhove de la Fundación Miguel Lillo. Gracias a su apoyo, los niños accedieron al laboratorio de la fundación y pudieron observar muestras utilizando microscopios profesionales de alta precisión. Esa vivencia no solo amplió su conocimiento, sino que los hizo sentirse verdaderos científicos, capaces de descubrir por sí mismos los misterios del mundo invisible.
La experiencia de Marianela Carrapizo demuestra que una educación en salud, crítica y transformadora, puede y debe comenzar desde la infancia. Cuando se confía en la capacidad de los niños para comprender y comunicar, suceden cosas extraordinarias: no solo aprenden, sino que enseñan. A sus compañeros, a sus familias, a la sociedad. Porque cuando un niño habla de salud, todos escuchan.
Agradecemos profundamente a la profesora Marianela Carrapizo por compartir con tanta generosidad su experiencia, su pasión por la docencia y su convicción de que la infancia es capaz de comprender, cuestionar y transformar el mundo que la rodea. Su trabajo nos inspira a creer que la educación en salud debe comenzar desde los primeros años, de manera lúdica, crítica e interdisciplinaria. Invitamos a docentes, instituciones y comunidades a sumarse a estas experiencias, a confiar en la curiosidad natural de los niños y niñas, y a abrir espacios donde el conocimiento se construya colectivamente, desde lo cotidiano, lo simple y lo maravilloso de descubrir lo invisible.

Marianela Carrapizo
Profesora de Educación Inicial y Diplomada en Gestión Política Ambiental. Se desempeña como docente en el Jardín Municipal Semillita y como guía educativa en la Fundación Miguel Lillo. Ha sido expositora en diversos congresos y jornadas nacionales e internacionales, abordando temáticas vinculadas al ambiente, la salud y la educación desde una perspectiva integral e innovadora.