Del 9 al 12 de junio, la ciudad de Rosario, Argentina, se convirtió en el escenario del VIII Congreso Internacional de Salud Socioambiental, el V Encuentro Intercontinental Madre Tierra Una Sola Salud y la VI Reunión Bianual de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL). Con la convergencia de estos tres encuentros se desarrollaron diversos temas en torno a “El rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria” y “el compromiso con el cuidado de la salud de la Madre Tierra”.

Más de 50 personas —académicos, médicos, activistas, líderes comunitarios, de organizaciones sociales de Argentina, Costa Rica, México, Colombia, España, Ecuador, Francia, Uruguay, Brasil y Bolivia— se reunieron en mesas de diálogo, talleres y paneles que tejieron una red de saberes diversos sobre ejes como la biodiversidad y salud, ciencias y alimentación, ambiente y desarrollo, justicia ecosocial, arte, con-ciencia y resistencia, ciencia ciudadana, acción colectiva, microplásticos, entre otras. El encuentro además, contó con el apoyo de más de treinta organizaciones e instituciones locales, nacionales e internacionales, entre ellas ReAct Latinoamérica.
El Congreso fue en un espacio de resonancia ética y política que exige repensar nuestros vínculos con la salud, el ambiente y el conocimiento. “No hay posibilidad de pensar una ciencia digna si no es con los pueblos siendo parte de esa construcción”, dijo con firmeza Damián Verzeñassi, médico, docente y uno de los organizadores principales del Congreso. Repensar la ciencia, como convocó Damián, es un imperativo ético en tiempos de crisis socioambiental.

Durante el congreso se presentaron estudios que vinculan el uso indiscriminado de agroquímicos con el cáncer, se discutieron cifras alarmantes sobre los niveles de glifosato en ríos y sedimentos, alertas sobre el avance de la resistencia antimicrobiana y se denunciaron, entre otros temas, los peligros de los organismos genéticamente modificados editados sin regulación. Elizabeth Bravo, bióloga ecuatoriana de la UCCSNAL y referente regional en luchas contra el agronegocio, advirtió: “La gente tiene que saber lo que le están metiendo en sus semillas. Porque detrás de cada paquete promovido como solución innovadora, se esconde una amenaza sistémica a la soberanía alimentaria, a la biodiversidad y a la salud colectiva”.
Y fue justamente desde allí que dimos forma a otro eje vertebral del encuentro: el enfoque Una Salud. Porque lo que ocurre en un campo fumigado, en los alimentos genéticamente modificados o en el agua contaminada con residuos de antibióticos no son problemas aislados. Son los síntomas de un sistema que ha dejado de respetar la trama vital que nos conecta. El enfoque Una Salud se presentó como una ruta que parte del entendimiento de que la salud del suelo, del agua, de los alimentos, de los animales, de los microbios y de las personas está íntimamente conectadas. Lo que perjudica a uno, afecta a todos. Es, entre otras cosas, pensar la salud como unidad vital, como derecho colectivo, como el latido profundo de todo lo que vive.
Danzar con las bacterias: una metáfora revolucionaria para la vida
Para ReAct Latinoamérica y el Grupo Internacional Reimaginando la Resistencia, este encuentro fue también una gran oportunidad de continuar construyendo y afianzando la metáfora de Danzar con las bacterias, como una invitación revolucionaria y provocadora a cambiar la forma en que entendemos la salud, la ciencia y la resistencia antimicrobiana (RAM).

Esta metáfora, nacida hace 20 años del trabajo colectivo entre artistas, comunidades, científicos y comunicadores de distintos lugares del mundo, propone dejar de ver a los microorganismos como enemigos a los que hay que eliminar y empezar a reconocerlos como seres indispensables para el sostenimiento de la vida del planeta. Danzar con las bacterias es, en esencia, restablecer nuestra relación con lo invisible, con el otro, con lo diferente y con todas las formas de vida. Es un llamado a abandonar la mirada bélica de la medicina y la cultura y abrazar una perspectiva más humana, ecológica y poética, donde la cooperación y la ética basada en el cuidado de la vida, en todas sus formas y expresiones, sean el corazón de los sistemas de salud.
Arte, Con-Ciencia y Resistencia: un panel provocador
Desde ReAct Latinoamérica, participamos en el congreso con la necesidad de poner, una vez más, sobre la mesa, la resistencia a los antimicrobianos como un problema de salud socioambiental, que exige mucho más que datos y diagnósticos: demanda nuevas formas de pensar, sentir y actuar. En nuestro panel “Arte, Con-ciencia y Resistencia”, apostamos por encender la esperanza, pero también por desafiar los viejos imaginarios que nos atan a una visión bélica de la salud.

En este panel participaron Christian Trigoso, microbiólogo boliviano y profesor emérito de la Universidad Mayor de San Andrés; Silvana Figar, médica y epidemióloga del Hospital Italiano de Buenos Aires; Maíra Domundo, narradora oral y psicóloga brasileña; y Luz Brena, comunicadora argentina, quien estuvo moderando el diálogo.
¿Qué podrían aportar un microbiólogo, una epidemióloga y una artista en un congreso cuya pregunta central giraba en torno al rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria? La mesa que preparamos no nació del azar. Apostamos a un panel participativo, donde arte, ciencia, resistencia y comunidad se unieran para abordar la RAM desde una mirada constructiva. La ansiedad era grande, pero apenas comenzó el diálogo, supimos que estábamos logrando lo que buscábamos: inspirar y movilizar.
En este panel se abordó justamente la necesidad de que la ciencia dialogue con otras formas de conocimiento: con el arte, con las historias, con la danza, con las emociones, con los territorios. En el contexto de la RAM, imaginar otras formas de relación con los microorganismos desde la metáfora de Danzar con las bacterias no es un acto ingenuo, sino profundamente subversivo: es una herramienta política para transformar realidades; una provocación ética para repensar la ciencia desde cuerpos más sensibles y marcos más amplios. Es una metáfora que, entre otras cosas, invita a que la ciencia se vincule con el arte, las espiritualidades y los relatos de las comunidades.
Una mirada transdisciplinaria de la resistencia a los antimicrobianos
Para iniciar el diálogo la moderadora les preguntó a nuestros panelistas cómo llegaron a interesarse por la resistencia a los antimicrobianos y cómo incorporaron esta visión transdisciplinaria. Christian, quien se autodenominó como “el hombre que ama con todas sus bacterias”, señaló que su fascinación por comprender a los microorganismos comenzó en la infancia: “Siempre consideré que las bacterias eran mis tatarara tatarabuelas ancestrales”. Su vida se volvió una búsqueda: primero, se interesó en comprender cómo las bacterias resisten; ahora, sus investigaciones están más centradas en por qué lo hacen.
Silvana, por su parte, relató su tránsito de la clínica hospitalaria a la salud ambiental, señalando que el 70% de los antibióticos se usa en la cría intensiva de animales, y las bacterias viajan de los cerdos al peón rural, de la carne al plato, de la comunidad al hospital. “El problema es mucho más grave de lo que uno cree… efectivamente hace 30 años que no tenemos nuevas familias de antibióticos. Pero soy una convencida y gracias a ReAct que es cooperando con las bacterias y en la salud comunitaria que vamos a poder revertir este fenómeno”.
Maíra narró su llegada al tema no desde un laboratorio ni desde la consulta, sino desde el poder de las historias, cuando participó en la presentación del libro colectivo Hagamos historia contando nuestras historias, un proyecto de ReAct y la OPS, que surge de la iniciativa de Comunidades Empoderadas de América Latina y el Caribe para abordar la RAM, visibilizando las experiencias, acciones y saberes de las comunidades frente a la resistencia antimicrobiana y la prevención de infecciones. Para Maíra, “las historias son una herramienta potentísima para enfrentarnos, comprender y atravesar el desafío de la resistencia”.

Esa misma mañana, Maíra conmovió al público al contar la historia de Eleuteria, una bacteria joven que aprende a adaptarse y resistir. El relato, sencillo y profundo, dejó una enseñanza clara: “los antibióticos no son caramelos mágicos, sino herramientas poderosas que debemos usar con responsabilidad”. Así, Maíra nos invitó con esta historia a repensar nuestras acciones individuales y su impacto en la salud colectiva.
Y como parte de las jornadas previas al congreso, Maíra, junto a Silvana, a la infectóloga argentina Ana Laura Chattas, la docente y gestora ambiental Marianela Carrapizo y Jennifer Monsalve de ReAct Latinoamérica, quien escribe esta historia, dimos un taller de metodologías comunitarias para la salud planetaria, en el que abordamos las historias como una herramienta de empoderamiento comunitario para comprender la RAM desde el enfoque Una Salud.

El Avance de una pandemia silenciosa
El diálogo continuó cuando Christian Trigoso alzó su voz como un eco urgente, trayendo consigo cifras que no solo estremecen, sino que interpelan a la conciencia colectiva. Señaló que “En 2021, hubo 21,4 millones de muertes por sepsis en el mundo; 1,14 millones fueron directamente atribuibles a la resistencia a los antibióticos y 4,71 millones asociadas a infecciones resistentes.” El auditorio, expectante, parecía contener el aliento ante el peso de cada número.
Christian no se limitó a la estadística fría; pintó un futuro inquietante: “Si seguimos así, para 2050 cada minuto morirán 19 personas por infecciones que ya no podremos curar…Para el año 2050 vamos a tener un total de 10,130,000 muertes asociadas a la RAM”. El silencio se hizo denso, como si el tiempo mismo se detuviera para asimilar la magnitud de lo anunciado.
Cristian, con su rigor y su pasión, nos recordó que detrás de cada cifra también hay historias, rostros y comunidades que sufren y resisten. Su mensaje fue claro: la RAM es una pandemia silenciosa, pero también una oportunidad para repensar la salud como un proceso colectivo de concienciación, un camino posible ante una amenaza multifactorial que desborda las fronteras de la medicina. Un fenómeno que golpea las puertas desde múltiples flancos y exige una mirada integral, punto por punto, bajo el paraguas del concepto Una Salud.
Christian, además, relató ejemplos cotidianos que invitan a comprender cómo es asimilado socialmente el problema de la RAM. Señaló que el 87% de participantes de un estudio consideraban que las enfermedades virales justifican el uso de antibióticos; “la automedicación ante una diarrea o un resfriado sigue siendo la regla, no la excepción”. En Europa, casi la mitad de los encuestados en el Eurobarómetro 2018 pensaban que los antibióticos son eficaces contra los virus. Indicó que la pandemia de COVID-19, más que corregir, profundizó la brecha entre ciencia y creencia, dando paso a explicaciones fantásticas y a la desconfianza en las vacunas y en la ciencia.
El llamado final de Trigoso fue a la ciencia con conciencia, a una ciencia que no se encierra en laboratorios ni se pierde en tecnicismos, sino que responde a los problemas reales de la sociedad. Solo así, sugirió, podremos cambiar el rumbo de una historia que, de no actuar, amenaza con repetirse cada vez con mayor crudeza. La resistencia antimicrobiana, más que un problema médico, es un espejo de nuestras prácticas, creencias y omisiones.
Una nueva mirada sobre los microorganismos y la resistencia
Silvana, por su parte, estaba visiblemente entusiasmada por iniciar nuestro diálogo. Su energía era contagiosa y su deseo de abrir caminos nuevos se sentía en cada palabra. En su exposición, señaló que para ella la resistencia era algo positivo, al menos para las bacterias, pero también si lo miramos desde un aprendizaje: “La resistencia antimicrobiana desde mi mirada es una adaptación, no es un problema. Si yo la miro entonces como una consecuencia más de tantas otras violencias… ahí sí tengo una causa única allá arriba que es un macrodeterminante, que si yo resuelvo ese macrodeterminante no solo resuelvo la resistencia antimicrobiana”. En ese punto habló de los “estresógenos”, esos ambientes hostiles que contribuyen a la resistencia antimicrobiana, y mostró una imagen impactante de cerdos hacinados en un establo, con caras tristes, para ilustrar cómo los contextos de sufrimiento y encierro, sumado al uso indiscriminado de antibióticos, también favorecen la emergencia de bacterias resistentes. Y agregó: “Danzar junto a las bacterias, una metáfora reacteana, como decía Arturo Quizhpe, es una metáfora generativa. Porque nos permite generar nuevas representaciones para enfrentar este panorama”

A esto sumó la necesidad de aprender a resistir socialmente como las bacterias: “de cooperar para garantizar nuestra supervivencia como especie, de adaptarnos, de entender el problema desde lo macro y lo micro”. Señaló que la vida crece en fractales, en redes, en relaciones que se multiplican y se adaptan. Así como las bacterias cooperan, se adaptan y se comunican, nosotros debemos aprender a tejer redes de cuidado, de solidaridad, de resistencia creativa. Solo en comunidad, solo en red, podremos enfrentar los desafíos de la RAM y de la crisis socioambiental que nos atraviesa. Figar, epidemióloga de formación y espíritu crítico, agregó que “La resistencia es la potencia que tenemos para transformar un sistema que está fuera del equilibrio”, trayendo la teoría de sistemas como marco y la biopolítica como campo cotidiano.
Propuso una revolución conceptual: pasar de las prescripciones antimicrobianas a las prescripciones microbianas. “las soluciones… la ciencia tiene que reconocer que están en los microbios. Es más, van a ser quienes puedan generar la respuesta a la catástrofe climática”, agregó, apoyándose en estudios recientes que reivindican el papel de las bacterias en el secuestro de carbono y la biorremediación. Para Silvana, las bacterias enseñan las reglas del juego que la humanidad necesita aprender: flexibilidad, resiliencia, resistencia, diversidad, adaptación, comunicación horizontal. Y dejó flotando la invitación a traer lo nuevo, a reconectar y a instituir nuevas formas de convivencia. Porque, en última instancia, señaló, “la resistencia es potencia, red, estar conectados y resiliencia”.
Su voz fue una invitación a reconectar con lo pequeño, con lo invisible, con lo que sostiene la vida. A escuchar lo que dicen las bacterias. A danzar, de una vez por todas, en lugar de combatir. Porque la verdadera transformación no vendrá del control, sino del vínculo. Y eso, aunque parezca increíble, lo saben mejor que nadie las bacterias.
El arte como lenguaje universal y transformador
Maíra se sentía ansiosa. No era miedo, exactamente, sino el vértigo de saberse en territorio inexplorado: por primera vez participaba como artista en un congreso rodeada de científicos y activistas. Pero llegó con la fuerza y la alegría de quien cree que otro mundo es posible, y con la certeza de que el arte —sobre todo el arte de contar historias— puede abrir caminos donde la ciencia no alcanza.
Desde el inicio, su exposición sacudió la sala. No era una simple provocación, advirtió, sino una “Invitación a reencontrar lo científico y lo artístico”, dijo con voz firme. Señaló que para ella, contar historias es una herencia ancestral, un modo primitivo y sagrado de transmitir conocimiento. “Y el conocimiento es lo que sabemos sobre estar en el mundo”, añadió, dejando flotar las palabras como una canción que todos comprendían.

En su exposición, indicó que el arte tiene la potencia de traducir la ciencia a un lenguaje común, cercano, comprensible. Y esa también es una ciencia digna: la que se permite hablar con otros lenguajes y otras formas de entender el mundo. No había antagonismo en sus palabras. No colocó al arte frente a la ciencia como si fueran enemigos; al contrario, habló de intersecciones, de puentes, de una danza de saberes capaz de responder a desafíos tan complejos como la resistencia antimicrobiana. “Para danzar juntos, hay que hablar lenguajes compartidos”, dijo con convicción. La ciencia, propuso, debe salir del laboratorio y encontrarse con la comunidad, con sus emociones, sus relatos, sus formas de nombrar la vida y la muerte, el dolor y la cura.
“Si la ciencia no es un lenguaje para conocer, entender y transformar, ¿de qué sirve? ¿Para quién sirve?”. La pregunta se clavó en el aire como una espina. Porque el valor del conocimiento no está solo en producir verdades técnicas, sino en transformar colectivamente las condiciones de vida. Maíra insistió en que el arte —a través de la música, la danza, las historias— nos permite comunicar esos saberes de manera profundamente humana. “El arte es un lenguaje universal… es la manera de transmitir conocimiento sobre qué es estar en el mundo, qué mundo es este, quién soy yo, qué estoy haciendo aquí, qué huella es esa”.
El diálogo continuó cuando Christian tomó la palabra con ese carisma que lo caracteriza y señaló que el arte tiene el potencial de sensibilizar la ciencia. En ese sentido agregó: “por ejemplo, yo no me considero precisamente un homo sapiens, soy un holosapiens… soy más microbio que macrobio. Por eso, no le puedo decir a mi esposa que la amo con todo mi corazón, sino con todas mis bacterias”. La risa fue inevitable, pero también el asombro. ¿Cómo no conmoverse ante esa humildad de lo invisible, ante la potencia de lo pequeño?
Silvana cerró el momento con una claridad que desarmaba cualquier jerarquía: “Hay que decirle a otro científico que no está por encima del arte… Aprender de las bacterias: danzar juntos. Lo nuevo está en la comunidad y en la escucha… Poner ese poder al servicio de la generación, no del daño”.
Lo que ocurrió allí fue un momento de comunión donde la ciencia se dejó afectar por la poesía, y el arte habló con la precisión del dato. Un espacio donde las certezas se movieron al ritmo de nuevas preguntas. Y donde, quizás sin saberlo, empezamos a danzar.
Haciendo visible lo invisible
Al Panel se sumó Marianela Carrapizo, una maestra de primaria y gestora ambiental artgentina, que desde hace varios años guía a sus estudiantes por los misterios del mundo microbiano a través del juego y la experimentación, nos invitó a todos —sí, a todos— a ponernos de pie para danzar. Y sin darnos cuenta, la sala entera —adultos, científicos, artistas— se convirtió en un patio de juegos: todos de pie, todos danzando con las canciones de la obra musical Danzando con las bacterias, esa obra que canta la armonía posible entre lo humano y lo microbiano.

Marianela no dirigía simplemente una dinámica lúdica. Había algo profundo, casi ancestral, en su invitación: “Danzar con el otro es abrazar —dijo— y ese abrazo es el primer paso para vincularnos con lo visible… y con lo invisible que nos habita”. Nos estaba proponiendo un cambio de perspectiva, un movimiento que empezaba en el cuerpo, pero que tocaba también la política, la salud, la manera de habitar el mundo. Allí, entre pasos tímidos y risas cómplices, comprendimos que aprender de las bacterias era también aprender a convivir con lo distinto, con lo que no se ve, con lo que la historia ha borrado.
Entonces llegó Silvana Figar, con la misma dulzura con la que se comparte un secreto. Nos ofreció kéfir —microorganismos vivos en un frasco pequeño— para alimentar nuestra microbiota. “Nutrir nuestro ecosistema interno —explicó— es otra forma de danzar con nuestras bacterias”. En su gesto, que parecía doméstico, había una carga política poderosa: cuidar lo que nos habita, reconocer que nuestra salud está tejida con la vida de millones de seres invisibles.

El cierre llegó de la mano de Luz Brena, moderadora del panel, quien retomó algunos hilos del diálogo: la necesidad de escuchar otros saberes, de mirar donde nadie mira, de crear vínculos más allá del miedo. Y nos dejó una última provocación: sumarnos a la Carta de los Invisibles, una carta dirigida a los jefes y jefas de Estado del mundo, escrita en nombre de los invisibles—los pobres, los campesinos, las comunidades indígenas— y también en nombre de las bacterias, hongos y virus que sostienen la vida sin pedir reconocimiento.
La carta reclama que aprendamos de los invisibles e invisibilizados, que se valore la diversidad como principio de vida, que se dance con la Tierra en lugar de dominarla. Al salir, con el cuerpo aún tibio de baile y el corazón palpitando a ritmo microbiano, no pudimos evitar pensar que quizá la revolución empiece así: con una danza, un kéfir, y una carta que hace visible lo invisible.
Con la Danza y el kéfir sentimos a nuestras bacterias en el cuerpo, en el juego, en el gusto. Y en ese cruce inesperado entre la danza y la conciencia de nuestros microbios descubrimos algo profundamente humano: que resistir, a veces, es tan simple —y tan poderoso— como danzar con lo que habita en nosotros y con quienes nos rodean.
Metodologías participativas para la salud comunitaria
Durante las actividades pre-encuentro del Congreso, desarrollamos dos talleres, uno sobre metodologías participativas de salud comunitaria y otro sobre historias vinculadas con la RAM. El primer taller, bajo la coordinación de la infectóloga Ana Laura Chattas, la epidemióloga Silvana Figar y la maestra y gestora ambiental Marianela Carrapizo, propuso a los asistentes mirar la salud con ojos renovados: los del asombro y la creatividad. Allí, entre colores, risas y recortes, activistas, profesionales de la salud y docentes se animaron a fabricar títeres que representaban microbios como una actividad lúdica para reconocer su importancia en la salud planetaria.
En el corazón del taller, Marianela compartió la experiencia de la «Alforja Educativa», con actividades realizadas en una escuela en Tucumán, Argentina, donde los más pequeños aprendieron —a través del juego y la experimentación — la importancia de convivir y respetar a los microbios como aliados de la vida.

Silvana, a su vez, sorprendió a todos con una degustación de kéfir, ese simbólico “coctel” de microorganismos benéficos que ayudó a internalizar, de manera vivencial, la importancia de cuidar la biodiversidad invisible que habita nuestro entorno y nuestros propios cuerpos.
Por su parte, Ana Laura Chattas presentó el libro “Bacterias, antibióticos y resistencia” como recurso didáctico esencial para abordar temáticas como el uso adecuado de antibióticos y la resistencia antimicrobiana. Las páginas del libro —diseñadas para educadores, estudiantes y agentes comunitarios— circularon de mano en mano; la ciencia, por un momento, se hizo tangible, abordable y profundamente humana.

Hagamos historia contando nuestras historias
El segundo taller, “Hagamos Historia Contando Nuestras Historias”, coordinado por la narradora brasileña Maíra Domundo y Jennifer Monsalve de ReAct Latinoamérica, marcó el pulso de la tarde, convocando a las y los asistentes a mirar la resistencia a los antimicrobianos (RAM) desde otra perspectiva: la de sus propias vivencias.

Las historias permitieron visibilizar cómo la RAM atraviesa no solo hospitales y laboratorios, sino la vida misma de la comunidad: en la prevención de infecciones, el buen uso de antibióticos y en soluciones en marcha para hacer frente a la RAM desde los saberes comunitarios.
Además, como parte de la Iniciativa de Comunidades Empoderadas de America Latina y El Caribe, una iniciativa de ReAct Latinoamérica y la OPS, se lanzó la convocatoria “Hagamos Historia Contando Nuestras Historias 2025”, que desplegó un nuevo horizonte: invitar a escribir y compartir historias que narren desafíos, aprendizajes y soluciones frente a la RAM, motivando a los asistentes a sumarse desde el testimonio personal, la ficción o la crónica vivencial. Un llamado urgente —y a la vez profundamente esperanzador— a que las comunidades se reconozcan como protagonistas en la defensa de la salud colectiva.
La tarde terminó con abrazos, con promesas de nuevas historias y con las palabras latentes —todavía flotando en el aire— de quienes experimentaron, una vez más, que la salud se construye en comunidad, y que el arte, el juego y la creatividad son herramientas potentes para transformar nuestras acciones.
Un llamado para la ciencia
El congreso terminó, pero la sensación era que algo apenas comenzaba. Nos despedimos con la certeza de que la salud colectiva y la salud ambiental no pueden separarse. Andrea Graciano, científica de la Red CALISAS de soberanía alimentaria, tomó la palabra para leer el comunicado final de la UCCSNAL, que selló con fuerza colectiva cuatro días de reflexión intensa. Se nombraron las múltiples violencias: el extractivismo, el agronegocio, la geoingeniería, la subordinación epistemológica. Pero también se tejieron alternativas como la Agroecología, la Ciencia Digna, la Educación Popular, el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, el arte, la resistencia. Se hizo un llamado a no construir la ciencia como una herramienta del mercado, sino como un acto ético, profundamente político, relacional y al servicio de la vida. “No puede haber cuerpos sanos en territorios enfermos”, recordó Andrea, invocando a Carrasco, Vicente, Marino, científicos y activistas, que ahora son como faros de una praxis transformadora. El Congreso no cerró, en realidad: se abrió a nuevas luchas, con un llamado claro a construir una ciencia de, con, por y para los pueblos. Una ciencia para la vida, recordando que en un mundo en crisis, encuentros como este son esenciales para no perder el rumbo.

La danza con las bacterias no termina; es una invitación a convivir, a cooperar, a imaginar. Porque en la humildad de lo invisible, en la potencia de lo pequeño, está la semilla de un mundo donde la ciencia esté al servicio de la vida, la comunidad y la esperanza.

